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sábado, 18 de agosto de 2012

‘El Griego’: el primer pisquero conocido

El Pisco al igual que el vino enreda muchas historias para explicar su origen. Esta vez explicaremos un poco más sobre el nacimiento de nuestro “espirituoso de plata”.
El origen de nuestro destilado ya no se discute y tenemos muchas pruebas de su peruanidad, una de estas es el testamento de Pedro Manuel ‘El Griego’. Se trata de un documento que demuestra que ya en 1613 en nuestras tierras –y para bilis de los competidores del sur– se producía el exquisito aguardiente a escala comercial.

Se llamaba Pedro Manuel y era griego. Había nacido en Corfú, una isla en el extremo occidental de Grecia, en el mar Jónico, ese lugar de ensueño al que Poseidón se llevó raptada a la bella Asopo, según la mitología helénica. Se consideraba a sí mismo griego, y firmaba como tal, aun cuando en su testamento señaló que su ciudad natal pertenecía a la “señoría de Venecia”. No se sabe cuándo llegó al Perú ni en qué momento se estableció en Ica, esta “Villa de Valverde de Yca del Pirú” en la que se volvió un vecino notable y en la que afincó sólidos lazos hasta su muerte. En verdad, poco es lo que se conoce de su vida. Pero los escasos datos que se tienen han sido suficientes para identificarlo como el más antiguo antecesor de los productores de pisco peruanos. El primer pisquero conocido.

Todo lo que se conoce sobre Pedro Manuel (Manuel era su apellido) ha sido sacado de su testamento. Lo mandó a redactar en 1613, “libre y sano de presente enfermedad”, como registro de su última voluntad en previsión de que lo visitara súbitamente la muerte. En él hace un recuento de sus propiedades y de sus deudas y da disposiciones sobre el uso que deberá darle el albacea a sus bienes. Lo interesante para los historiadores y los amantes del pisco es que ‘El Griego’ consigna ser dueño de un volumen considerable de aguardiente de uva y, además, de los instrumentos para producirlo. Y lo hace en una época tan lejana como los inicios del siglo XVII, en la primera centuria del Virreinato.
Solo 86 años después de la llegada de los españoles al país, 78 desde la fundación española de Lima y 50 desde la creación de Ica, un hombre en el Perú ya venía produciendo con fines comerciales la bebida que recién dos siglos después empezaría a ser llamada “pisco”. Chile, nuestro rival en el comercio de piscos, jamás podrá exhibir credenciales históricas como estas.

Hallazgo en los archivos
El hombre que descubrió la existencia de Pedro Manuel se llama Lorenzo Huertas. Es un historiador sanmarquino, paleógrafo, especialista en temas como grupos étnicos y conformación del espacio social. Casi no bebe pisco, solo en ocasiones, y cuando lo hace se le sube la presión y se le ponen rojas las orejas. Sin embargo, su hallazgo lo ha convertido en una de las mayores autoridades en la materia, presidente fundador y miembro destacado de la Academia Peruana del Pisco.
En 1986, en medio de una de las numerosas disputas que Perú y Chile han sostenido sobre el origen del pisco, la Cancillería le encargó a Huertas que investigara desde qué época se producía en nuestras tierras el aguardiente de uva. El historiador reunió a un equipo de jóvenes investigadores y juntos se sumergieron en los ficheros del Archivo General de la Nación. Se concentraron en los protocolos notariales de Ica, en los que buscaron referencias a viñedos, venta de vinos, de tierras y términos parecidos. Tenían poco tiempo por delante –debían presentar su informe en tres meses– así que buscaron a partir del año 1560 y se enfocaron en lo que Huertas llama “años coyunturales”. Por ejemplo, 1563, el año de la fundación de la villa de Ica; 1584, cuando se crean las reducciones de indios, o 1594, cuando se inician las composiciones de tierras.
Fueron semanas enteras de revisar los protocolos, cada uno de 500 folios en promedio, escritos con letra diminuta sobre papeles desgastados por el paso del tiempo. Por las noches los investigadores reunían el material y Huertas anotaba los hallazgos más importantes. Un día se detuvieron en el Protocolo N° 99, redactado por el escribano Francisco Nieto entre los años 1613 y 1620. En uno de los documentos foliados se hablaba de aguardiente, de “tinaxas”, de “botixuelas” y de una “caldera”. Huertas se dio cuenta de que se trataba de algo importante. Era el testamento de Pedro Manuel.

Un gran comerciante

‘El Griego’ tenía en su casa 30 tinajas llenas de aguardiente. Las tinajas son recipientes de barro, largos y grandes, como biberones gigantes. El contenido de las 30 tinajas sumaba un total de 160 botijuelas (según Lorenzo Huerta, la botijuela era la medida de la época). Tenía también un barril que contenía el equivalente a otras 30 botijuelas, y, además, otras siete tinajas vacías. Pero el dato que emocionó a los investigadores fue que Manuel era dueño de “una caldera grande de cobre de sacar aguardiente” y de dos “pultayas”. Las pultayas o puntayas son recipientes pequeños en los que descansa el mosto antes de ser convertido en vino o en aguardiente. Era indudable. ‘El Griego’ tenía una pequeña destilería en su casa. También tenía vino (200 botijas). Por el volumen de su producción, era evidente que comercializaba el aguardiente.
Pedro Manuel era un personaje singular. En alguno de sus frecuentes viajes como comerciante compró a una esclava en Filipinas de la que se había quedado prendado, la trajo a Ica y tuvo con ella dos hijos “naturales”. De Filipinas también trajo las “tinaxas de vurnei” en las que almacenaba sus licores. Era un cristiano ortodoxo, pero al final de su vida se reconoció hijo de la “santa madre iglesia católica”. De hecho, en su testamento dispuso que lo enterraran en el Convento de San Francisco, al lado de la pileta bautismal. Fue un filántropo. Ordenó entregar donaciones a las principales iglesias, conventos y cofradías de la región, así como a hospitales y casas de ayuda social. Parecía un hombre de bien, con una buena posición social y una respetable fortuna.

Monumentos a ‘El Griego’
La figura de Pedro Manuel ‘El Griego’ ha pasado relativamente desapercibida desde su aparición en la historia, hace 26 años. En 2008, cuando el pisco comenzaba a ser redescubierto en el Perú, Lorenzo Huertas publicó un librito que acompañó una exposición pictórica sobre esta bebida. Allí hablaba de ‘El Griego’, pero como un personaje más dentro de la historia de nuestro licor de bandera. Este año presentó en la 17ᵃ Feria Internacional del Libro de Lima una versión ampliada y más completa de aquella obra, con facsímiles del testamento. La publicación también fue el punto de partida de los festejos por el Día Nacional del Pisco, que se celebra cada año el cuarto domingo de julio.
Pero lo que se viene el próximo año es más ambicioso. La Academia Peruana del Pisco, esa cofradía que reúne a algunos de los mayores conocedores del aguardiente patrio, ha decidido conmemorar los 400 años del testamento de Pedro Manuel por todo lo alto. Su presidente actual, Eduardo Dargent Chamot, explica que las actividades comenzarán con la emisión de estampillas conmemorativas de ‘El Griego’ y continuarán con la publicación de un libro dedicado esta vez íntegramente a su figura, con un estudio académico del testamento a cargo de Lorenzo Huertas. En abril se realizará una conferencia sobre el pisco a cargo de expositores nacionales e internacionales. Se planea develar dos monumentos en honor de Pedro Manuel, uno en Lima y otro en Ica, y lanzar mil medallas conmemorativas hechas por la Casa de la Moneda. No es poca cosa para ensalzar la memoria de quien es reconocido como el primer productor de pisco en el país.
“Este testamento es como la partida de nacimiento de nuestro pisco”, dice Lorenzo Huertas. Nadie sabe cuándo llegó ‘El Griego’ al Perú. Pero seguro que nunca imaginó que el documento en el que dictó su última voluntad sería, cuatro siglos después, tan importante para afianzar la identidad de la tierra que lo acogió.  (Óscar Miranda)

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